En un pueblecito extremeño, en
una comarca mal llamada Siberia,
en la falda de su sierra, hay una
hermita que guarda mi gran amor
una Virgen preciosa.
Nuestra Señora de Altagracia
que allí tiene, su templo,
además de en, cada pecho de
cada uno de los sirolenses.
Y puedo afirmar, que cada hijo
hereda entre otras cosas, el
legado de sus padres y el amor
a su Virgen, y pone en su pecho
altar a su Virgencita.
Que por vida y siempre ya le proteje,
yo lo heredé, de los míos y jamás
olvidaré una escena vivida con mí
Madre que en su lecho de muerte
en su último suspiro.
Se puso a cantar, Oh Virgen de
Altagracia hermosa de Siruela,
reina y protectora, echandose en
sus brazos, para que la llevase
al cielo.
Mi segundo amor se llamaba Mari
Carmen y digo llamaba porque un
dia en mi pueblo, se me fue al cielo
pero a Méntrida me vine y aquí.
Conocí a otro gran amor Nuestra
Señora de La Natividad y de ella,
solo contaros que en cada vecino de
Méntrida, en su pecho, ella tiene
un Altar.
Con cariño me acogió y en mi pecho
se alojó, todos estos amores me
cuidan y protejen en mis desvanéos
mundanos, me dicen no estás solo,
entre todos, te cuidamos tu procura
siempre.
Hacer todo el bién que puedas y
reparte amor que en tu pecho
llevas, en el mundo, en que vivimos
trata, siempre de sembrar, aquel
amor que heredastes.
Amor amor de verdad, ese que todos
queremos y tan necesitados estamos,
ese que nos lleva al cielo, Madre,
cogiditos de tu mano, iluminanos el
camino.
El Ruiseñor.
Agustín Recio Borreguero, Copyright, 01-02-2016.
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